Aldesoc, Asociación Latinoamericana para el Desarrollo Social del Conocimiento

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La educación del porvenir

Madrid, 28 de Julio de 2013

Por Piedra Negra

LA EDUCACIÓN DEL PORVENIR

La idea fundamental de la reforma que introducirá el porvenir en la educación de los niños consistirá en reemplazar, en todos los modos de actividad, la imposición artificial de una disciplina de convención por la imposición natural de los hechos.

Considérese lo que se hace al presente : fuera de las necesidades del niño, se ha elaborado un programa de los conocimientos que se juzgan necesarios a su cultura, y, de grado o por fuerza, sin reparar en los medios, es preciso que los aprenda.

Pero únicamente los profesores comprenden ese programa y conocen su objeto y su alcance ; no el niño. He ahí de dónde proceden todos los vicios de la educación moderna. En efecto, quitando a las voliciones y a los actos su razón natural, es decir, la imposición de la necesidad o del deseo ; pretendiendo reemplazarla por una razón artificial, un deber abstracto, inexistente para quien no puede concebirlo, se ha de instituir un sistema de disciplina que ha de producir necesariamente los peores resultados : constante rebeldía del niño contra la autoridad de los maestros, distracción y pereza perpetuas, mala voluntad evidente. ¡Y a qué maniobras han de recurrir los profesores para dominar la irreductible dificultad ! Por todos los medios, algunos indecorosos, procuran captar la atención del niño, su actividad y su voluntad, siendo los más ingeniosos en tales prácticas considerados como los mejores educadores.

Tiénense por dichosos cuando logran una apariencia de éxito ; pero no se llega jamás sino a las apariencias, allí donde el objeto artificial es la razón única y superior de la acción, la necesidad que impone la necesidad. Todo el mundo ha podido sentir que sólo el trabajo que determina el deseo es realmente valedero. Cuando desaparece esta razón sobreviene la negligencia, la pena y la fealdad.

En nuestras sociedades la razón artificial del trabajo tiende a reemplazar por todas partes la imposición lógica y saludable de la necesidad, del deseo natural de conseguir un resultado, de realizar ; la conquista del dinero aparece a los ojos de los hombres de nuestra época como el verdadero objeto del esfuerzo. Pero es lo cierto que la educación moderna no hace nada para reaccionar contra esa concepción perniciosa, sino todo lo contrario. Por eso aumenta de día en día la caza del dinero en sustitución del hermoso instinto del cumplimiento que se encuentra en los únicos hombres cuyas voliciones no hayan sido falseadas, a quienes ha quedado la razón normal del acto y que trabajan para realizar lo que han concebido, en un noble desprecio del dinero. ¿Cómo podría exigirse que unos individuos que han sido habituados desde la infancia a obrar por la voluntad ajena, bajo la opresión de la ley exterior, en vista de un resultado cuya importancia no comprenden -ya que la significación del trabajo se define sencillamente por el castigo y la recompensa- fuesen capaces de interesarse en lo que hace la belleza, la nobleza del esfuerzo humano, su lucha eterna contra las fuerzas ciegas de la Naturaleza ?

La mala concepción de la educación ha causado la enfermedad orgánica de nuestras sociedades : la necesidad de llegar a ser algo, de gozar ; el desprecio, el odio al trabajo ; el ansia de la vida, que no sabe cómo satisfacerse ; la hostilidad espantosa de los seres que se odian y tratan de destruirse mutuamente. Se ha olvidado que lo que es preciso defender y conservar a toda costa en el hombre es el juego natural de sus actividades, las cuales, todas, deben dirigirse y desplegarse hacia el exterior en el sentido de todo el esfuerzo social.

¡La lucha por la existencia ! ¡Cómo se ha abusado de esa frase, y qué a propósito se ha venido para excusar tantas infamias ! y también, ¡qué mal ha sido comprendida ! Se entiende de manera que es hasta la negación de los principios naturales de la sociedad : en ninguna parte en la Naturaleza se encuentra ejemplo de la aberración que se la quiere hacer que exprese. No hay organismo, no hay colonia animal donde los elementos individuales traten de destruirse mutuamente ; al contrario, todos juntos luchan contra las influencias hostiles del medio, y las transformaciones funcionales que se cumplen entre ellos son diferenciaciones necesarias, cambios saludables en la organización general, no destrucciones.

Ante todo, es preciso que la vida sea tal, llegue a ser tal, que el hombre trabaje y luche únicamente por ser útil a sus semejantes ; para esto se necesita sencillamente que guarde y fortifique en sí mismo el instinto de defensa contra las fuerzas hostiles de la Naturaleza ; que haya aprendido a amar el trabajo por los goces que procuran los cumplimientos queridos, propuestos y larga y obstinadamente trabajado para conseguirlos, que comprenda la extensión inmensa y la belleza sublime del esfuerzo humano.

Nuestros grandes hombres, nuestros inventores, nuestros sabios, nuestros artistas, lo son porque han conservado la excelente cualidad de querer, no contra sus semejantes, sino para ellos. A los ojos de sus contemporáneos, pasan por seres extraños, y, siendo los que más en consonancia se hallan con el conjunto armónico de las leyes de la existencia, antes de alcanzar el éxito, son tenidos por visionarios.

Una educación racional será, pues, la que conserve al hombre la facultad de querer, de pensar, de idealizar, de esperar ; la que está basada únicamente sobre las necesidades naturales de la vida ; la que deje manifestarse libremente esas necesidades ; la que facilite lo más posible el desarrollo y la efectividad de las fuerzas del organismo para que todas se concentren sobre un mismo objetivo exterior : la lucha por el trabajo para el cumplimiento que reclama el pensamiento. Se renovarán, pues, por completo las bases de la educación actual : en lugar de fundar todo sobre la instrucción teórica, sobre la adquisición de conocimientos que no tienen significación para el niño, se partirá de la instrucción práctica, aquella cuyo objeto se le muestre claramente, es decir, se comenzará por la enseñanza del trabajo manual.

La razón de ello es lógica. La instrucción por sí, no tiene utilidad para el niño. No comprende por qué se le enseña a leer, escribir, y se les atesta la cabeza de física, de geografía o de historia. Todo eso le parece completamente inútil, y lo demuestra resistiéndose a ello con todas sus fuerzas. Se llena de ciencia, y lo desecha lo más pronto posíble, y nótese bien que en todas partes, lo mismo en la educación moral y física que en la educación intelectual, la razón natural ausente se reemplaza por la razón artificial.

Se trata de fundar todo sobre la razón natural. Para esto nos bastará recordar que el hombre primitivo ha comenzado su evolución hacia la civilización por el trabajo determinado por la necesidad de lo necesario ; el sufrimiento le ha hecho crear medios de defensa y de lucha, de donde han nacido poco a poco los oficios. El niño tiene en sí una necesidad atávica de trabajo suficiente para reemplazar las circunstancias iniciales, al que basta sencillamente con secundarle. Organícese el trabajo en su derredor, manténgase en él la disciplina lógica y legítima de su cumplimiento, y se llegará fácilmente a una educación completa, fácil y saludable.

No tendremos que hacer más que esperar que el niño venga a nosotros. Basta haber vivido un poco la vida del niño para saber que un irresistible deseo le impulsa al trabajo. ¡Y cuánto se hace para aniquilar en él esa buena disposición ! ¿Quién osará después hablar de vicio y de pereza ? Un hombre y un niño sanos tienen necesidad de trabajar : lo prueba la historia entera de la humanidad.

El niño abandona poco a poco el juego, que no es en sí más que una forma de trabajo, una manifestación innata de ese deseo de actividad que no ha encontrado dirección aún, o funda su razón de ser en el gusto atávico de la lucha subsistente desde los períodos primitivos de la vída humana ; abandona el juego bajo el impulso de la necesidad que nace lentamente y del atractivo del ejemplo : se trabaja cerca de él y aspira con todas sus fuerzas al trabajo. Entonces se interpone la influencia del educador ; influencia oculta e indirecta ; su ciencia de la vida le ayuda a comprender lo que sucede en el niño, a distinguir sus deseos, a suplir la incertidumbre y la inconsciencia de sus voluntades ; sabe ofrecerle lo que pide ; le basta estudiar la vida primitiva de los salvajes para saber lo que desea hacer.

Y en la continuación todo será fácil, natural, sencillo. El oficio tiene su lógica inflexible : conduce el trabajo mejor que lo podría hacerlo la alta ciencia ; bastará que los profesores no le dejen desviarse hacia las imperfecciones del trabajo primitivo, hacia un esfuerzo de ignorante, sino que le impondrán tal como ha llegado a través de los progresos de los pueblos avanzados hasta la voluntad del niño, exigiendo de él el esfuerzo de una realización en la cual se entrelazarán todos los conocimientos humanos necesarios.

Fácilmente se comprende que todo oficio en nuestros días, para ser convenientemente conocido y ejercido, se acompaña de un trabajo intelectual que necesita los conocimientos que constituyen precisamente el conjunto de esta instrucción que al presente se limitan a inculcar teóricamente. A medida que el niño avance en su aprendizaje, se le presentará la necesidad de saber, de instruirse, y entonces se tendrá cuidado de no ahogar esa necesidad, sino que, al contrario, se le facilitarán los medios de satisfacerla, y entonces se instruirá lógicamente, en virtud de las necesidades mismas de su trabajo, teniendo siempre a la vista la causa determinante de su querer.

Es inútil insistir sobre la cualidad de semejante trabajo y los excelentes resultados que necesariamente ha de producir. Por la combinación de los oficios, podrán adquirirse los conocimientos necesarios a una educación mucho más fuerte y sana que la compuesta toda de apariencias que se da actualmente. ¿Dónde queda la imposición a todo esto ? El educador pedirá sencillamente ayuda a la Naturaleza y donde quiera que halle dificultades indagará en qué pueda haberla contrariado ; a ella confiará el cuidado de su disciplina y le será admirablemente conservada.

Trabajando así en la educación de los hombres es como infaliblemente puede esperarse una humanidad mejor empeñada en su tarea ; conservando todo el vigor de su voluntad, toda su salud moral ; marchando siempre hacia nuevos ideales ; una humanidad no mezquinamente dedicada a una lucha estúpida, no sórdidamente sujeta a la hartura de sus apetitos, miserablemente entregada a sus vicios y a sus mentiras, triste, rencorosa, depravada, sino siempre amante, bella y alegre.

Extracto de « La Escuela Moderna » de Ferrer y Guardia

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